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Testimonio del Camino de Santiago

Por Paula Fernández.

  Este verano, durante siete días, los jóvenes de la diócesis de Ávila hemos tenido la oportunidad de vivir esta experiencia, en mi opinión, inolvidable.

  El martes 30 de julio, partimos de Ávila, con destino a Villalba. Tras llegar al polideportivo donde dormiríamos esa noche, nos dividimos en grupos para la catequesis y después de esta tuvimos la celebración eucarística en una de las parroquias.

  El 31, miércoles, nos levantamos con mucho ánimo para enfrentarnos a nuestro primer día caminando. Creo que hablo por todos si digo que comenzamos muy bien, pero al llegar al final, nos sentíamos bastante desanimados porque sólo veíamos cuestas y más cuestas, y todas hacia arriba.

  El 1 de agosto, jueves, tras caminar unos cuantos kilómetros más, llegamos a Sobrado de los monjes. Allí nos acogieron en un monasterio, que también funciona como albergue. Ese día no hubo catequesis, porque tuvimos la suerte de escuchar el testimonio de uno de los monjes que viven en ese monasterio. Tras la rutina, nos fuimos a dormir, con algo de inquietud, pues la lluvia amenazaba para el día siguiente.

  El día 2, viernes, caminamos bajo una ligera lluvia al principio del trayecto y un poco más intensa a medida que nos acercábamos a Arzúa. Contamos con un sacerdote más, Miguel, que fue quién nos dió la catequesis ese día, para mí, la más significativa de todas.

 El 3, sábado, pusimos rumbo a Pedrouzo. Llegamos bien, y tras comer, tuvimos tiempo libre como todos los días, pero éste fue diferente porque estaban en fiestas, entonces los ánimos de la gente se juntaban con los nuestros, pues nos sentíamos tan cerca de nuestra meta, que ni el cansancio, ni las ampollas, ni el dolor, podrían detenernos.

  El día 4, domingo, llegamos a Santiago de Compostela, tras tanto esfuerzo. Al llegar allí: no tenía ningún dolor;  sólo podía llorar y reír a la vez; no era capaz de articular palabra y me sentía tan feliz... Pocas experiencias te hacen sentir tan vivo. Por la noche tuvimos una celebración penitencial preciosa.

  El día 5, lunes, tuvimos la oportunidad de hablar con unas hermanas de clausura, y escuchar el hermoso testimonio de una de ellas. Tras la comida, pusimos rumbo a Ávila.

Para mí, ha sido una oportunidad para conocer mejor a mis amigos; para hablar más con gente con la que antes a penas cruzaba dos palabras; pero por encima de todo, para conocer más a Dios y a mí misma. He conocido más a Dios en las catequesis, principalmente en la del Padre Miguel en Arzúa, sobre el Espíritu Santo. Consiguió que algo dentro de mí se moviera y que entendiera al fin que el Espíritu, es un cadena irrompible que nos mantiene unidos a Dios siempre, y que cuando nos equivocamos, Él está ahí para hacernos volver al Padre.

En definitiva, me atrevo a decir que es una de las experiencias más bellas que el Señor ha querido regalarme, y por ello le doy gracias: ''Gracias Dios, por elegirme.''

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